“Los investigadores que emplean técnicas de manera automática, sin comprender su base, poco le servirán a nuestra ciencia” (Morse, 2003)
Abordar lo real desde la conceptualización del conocimiento ha sido una filosofía personal. Ahora bien, limitar desde el inicio el alcance de nuestras investigaciones es nuestro primer deber (Kasparov, 2007), pues una vida es insuficiente para navegar en el mar infinito. Por tal razón, encontrar elementos que directa o tangencialmente permitan armar el rompecabezas cognoscible sobre el fragmento del universo escogido, tiene sentido para mí.
Se trata desde luego de apropiarse del estado del arte. Hasta que punto, los investigadores (científicos, filósofos, entre otros) han definido y/o alterado el conocimiento epocal, para cuestionar y forzar crisis ante paradigmas que no permitían comprender el mundo y mucho menos, dar las respuestas requeridas. Aún hoy, entra en desuso el término “paradigma” por su inflexibilidad, para dar paso a “perspectivas teóricas” que recogen pensamientos y postulados tan diversos, pero que coinciden en ciertos aspectos filosóficos (hablo desde lo ontológico y epistémico).
Sin embargo, existe el estado del arte del investigador. Y es un desafío personal, el poder construir y deconstruir los complejos e innumerables aportes al conocimiento científico, desde la perspectiva historicista (lineal o paradigmática) para definir una manera de explicar o, de comprender e interpretar el mundo, atendiendo una coherencia paradigmática (entendida desde los supuestos) para presumir de conocimiento científico derivado de nuestra investigación.
A continuación, ciertos esbozos de mi “estado del arte”. Dar una mirada retrospectiva a la filosofía de la ciencia, me ha permitido hacer cognoscible las variaciones en la conceptualización de ciencia (epísteme) en su historicidad, perspectivas e intereses. Desde nuestra cultura occidental, fundamentada en el pensamiento griego y posterior reelaboración en época medieval, me permito establecer un génesis: La simple opinión (doxa) en contraposición al saber seguro (epísteme) apoyado en demostraciones y ordenado en sus conocimientos (Paz Sandín, 2003).
Veamos, ya en el siglo XVI inicia la “revolución científica” donde personajes como Copérnico (1473-1543) con su modelo heliocéntrico y Galilei (1564-1642) con la invención del telescopio, confirmando y ampliando el trabajo de su predecesor, cambian la manera de “ver” el mundo, inclusive a riesgo de su propia vida: La “santa” inquisición en contra de separar “teología” y “ciencia”.
Recordemos que, es Descartes (1596-1650) quien propone: no es el “Ser” sino la “Razón” lo que suscita el pensamiento, convirtiéndose en el fundador de la epistemología moderna. Luego, Kant (1724-1804) afirma que la metafísica tradicional puede ser reinterpretada desde la epistemología, ya que nos permite encarar problemas metafísicos al entender la fuente y los límites del conocimiento. Sin embargo, Fichte (1762-1814) no acepta el argumento kantiano sobre la existencia de los “noumena” o “cosas en si” y por tal, la conciencia no tiene su fundamento en el llamado “mundo real” sino en las cosas “tal y como se nos representan”. Aparece por vez primera, el término “phenomena”.
Ahora bien, ¿cómo puede indagarse ese sujeto para que sea posible la manifestación de su “esencia”? Evidentemente, es peculiar la forma de hacer frente al fenómeno (estructuras fenoménicas). Para Husserl, según (Híjar y Chávez, 2010):
Es el método por el cual el espíritu, mediante reducciones sucesivas, se halla frente a la conciencia pura (considerada independiente de todo dato empírico) o del yo trascendental (condición de toda experiencia posible) y determina las estructuras esenciales y, por tanto, las propiedades esenciales de todo lo que es posible conocer. (p. 94)
Sorprende comprobar que, del lenguaje de los fenomenólogos nunca se ha dicho que sea claro, es más, Morse (op. cit.) plantea que las limitaciones de espacio para escribir en una publicación periódica son un problema para ellos. Y agrega: “guiar un estudio fenomenológico con un marco teórico no es coherente con este enfoque, que valora el hecho de ir hacia las “cosas” o los fenómenos mismos, en lugar de ir a conceptos, teorías u otras derivaciones de la experiencia inmediata.” (p. 177).
Lo anterior es absolutamente cierto, pero insisto en el postulado expresado en mi anterior ensayo: Para entregarse a la observación, nuestro espíritu necesita de una teoría cualquiera (Gonzalez Rey, 2006). Un asunto es ser filósofo y proponer una cosmovisión y, otra muy diferente, es ser investigador, lo cual amerita justificar adecuadamente los basamentos ontológicos, epistémicos y metodológicos que sustentan tal proceder. De allí, mi asunción fenomenológica.
Por tal, asumo la categorización expuesta por Crotty en Paz Sandín (op. cit.): Las perspectivas epistemológicas pretenden comprender y explicar cómo conocemos lo que sabemos. La epistemología es etimológicamente entendida como aquel conjunto de saberes que tienen a la ciencia (naturaleza, estructura, métodos) como su objeto de estudio. De esta manera, la autora logra identificar tres perspectivas epistemológicas fundamentales: el objetivismo, el construccionismo y el subjetivismo.
Por lo pronto, comprendo la fenomenología e incluso la hermenéutica, como corrientes de la perspectiva teórica interpretativista que derivan de la perspectiva epistemológica constructivista, entendida ésta como la posibilidad de asumir diversos significados en relación a un mismo fenómeno, de acuerdo al número de personas que así lo “observen”. Por tanto, es dialógica y dialéctica. Lo curioso es que no existe una sola acepción fenomenológica. Mal podría, dejar a Heidegger a un lado.
A este propósito, así como con Husserl, Heidegger buscaba, a través de la fenomenología redefinir y enfocar la misión de la filosofía, con algunas diferencias, entre las cuales destaco que su postura heideggeriana o mejor conocida como interpretativa o hermenéutica, no buscaba primero la evidencia tal “como es en sí misma” sino que más bien revelaba el horizonte descubriendo las presuposiciones. Las presuposiciones no se deben eliminar o suspender (el epojé husserliano), sino que constituyen la posibilidad de inteligibilidad o el significado. Coincido con lo expuesto.
Sin embargo, para Spiegelberg en Morse (op. cit.), Heidegger veía la hermenéutica como un método filosófico y no como un método científico y, es más, “se reveló contra el método” (p. 172). Su propuesta de actividad reflectiva como la tarea propia de la filosofía, al parecer no puede describirse en términos de un método claro y susceptible de enseñarse. Mirándolo así, es justo traer a colación la apreciación de Llewelyn, también en Morse (op. cit.): “Sería hacerle una injusticia a Heidegger si este capítulo en ninguna parte sonara extremadamente extraño.” (p. 164).
Al respecto conviene decir que, para ser fiel a mi pensamiento estructurado (fenomenólogo en pañales con descomunales sesgos objetivistas), necesito comprender e interpretar lo que tales autores comprendían e interpretaban, pero tengo cierta duda de que comprendieran e interpretaran lo que ellos mismos estaban planteando.
En razón a ello, asumo las premisas de los investigadores hermenéuticos actuales, según Morse (op. cit.)
“quienes en su giro hacia las preguntas o ciencias epistemológicas, se han alejado de la fenomenología ontológica de Heidegger y han abandonado la búsqueda filosófica del Ser según Husserl, pues la hermenéutica se ha constituido en el método por medio del cual se lleva a la realidad tal búsqueda” (p. 174)
Más, sin embargo, para Crotty, en Paz Sandín (op. cit) existen dos corrientes o enfoques fundamentales en fenomenología:
La tradición husserliana o eidética la cual es epistemológica y, la tradición fenomenológica-hermenéutica o enfoque interpretativo, la cual es ontológica, una forma de existir/ser/estar en el mundo, donde la dimensión fundamental de la conciencia humana es histórica y sociocultural y se expresa a través del lenguaje (p. 63).
Siendo así, me adscribo a ésta última, aunque en su origen haya sido heideggeriana. Debo profundizar en Gadamer y Ricoeur.
Con anterioridad, expuse que la fenomenología y la hermenéutica son corrientes de la perspectiva teórica interpretativista. Queda pendiente su breve definición: Desde esta postura se rechaza la idea de que los métodos de las ciencias sociales deben ser idénticos a los de las ciencias naturales. Se defiende que las ciencias mentales buscan la comprensión del significado de los fenómenos sociales mientras que las naturales pretenden la investigación científica, la explicación.
Así, Paz Sandín (op. cit.) profundiza al respecto: “una de las distinciones esenciales entre procesos naturales y prácticas humanas descansa en el hecho de que los primeros son relativamente independientes del lenguaje usado para describirlos, a diferencia de las prácticas humanas que no lo son” (p. 57). Lo afirmado es fundamental para dar contextualización a las críticas que la referida perspectiva teórica y sus corrientes reciben. En primer lugar, Carr y Kemmis en esta obra, afirma: “la realidad social no nace a partir de las interpretaciones de las personas, sino que ella misma determina cuáles deben ser esas interpretaciones” (p. 59)
Por otra parte, se acusa a la teoría interpretativa de conservadora para con el orden social, donde el status quo (su cambio) no representa una prioridad. Incluso, se afirma que muchos de los significados del sujeto están distorsionados ideológicamente por obra de ciertos mecanismos sociales. Desde allí emerge una nueva perspectiva teórica: la teoría crítica, la que a su vez recibirá críticas de quienes vivencian otras perspectivas.
Puedo concluir que, desde la lógica, y mucho más, desde el lenguaje, cada perspectiva puede ser validada y refutada. Por ello, se requiere de una mirada, una teoría, para allegarse al micro-universo de “mi” investigación, comprender tal postura, asumirla como cosmovisión, plasmar un discurso coherente y en consecuencia, generar conocimiento científico, que en mi caso se enmarca en una perspectiva epistemológica constructivista, desde una perspectiva teórica interpretativista, en sus corrientes fenomenológica y hermenéutica.
De tal manera, coincido con la apreciación de Morse (op. cit.) al expresar: “en la excelente fenomenología es esencial tener conocimientos sobre lo que implica la teoría, y el por qué y cómo se usa metodológicamente” (p. 149). Así, el conocimiento de las perspectivas que las sustentan proporciona la clave para el enfoque y para lo que informa el investigador.
Al lado de ello, reitero que aunque ciertamente la sofisticación filosófica no es la tarea principal de las ciencias sociales, la investigación social sin una reflexión informada filosóficamente, se desarrolla de forma irreflexiva de manera que la etiqueta “investigación” se hace cuestionable. En mi caso, al profundizar en tales “miradas” hacen surgir mayores interrogantes. Pertinente lo expresado por Rusque (2003): “La reflexión fenomenológica parece exigir un esfuerzo permanente de reflexión y comprensión de lo real, proceso siempre abierto y que no se termina jamás.” (p. 24).
Y por eso, concluyo con Giorgi, citado en Morse (op. cit.):
La tarea de hacer explícitas todas las características del enfoque del investigador es imposible, es útil hacer explícito lo que se pueda. Cada investigador tiene una actitud u orientación particulares hacia la metodología a partir del conocimiento filosófico o de su carencia, que aporta al trabajo y que implica una cierta manera de acometerlo. Así, el asunto del enfoque afecta el proceso de investigación y el resultado, y en últimas, su clasificación como excelente o no. Una vez que se haya establecido el enfoque filosófico, otros aspectos de la investigación pueden ser problemáticos tales como los participantes, la pregunta de la investigación, la generación de datos, el análisis reflectivo y el desarrollo de la teoría. (p. 150)
Que Dios me bendiga, en este monumental desafío investigativo.
Lcdo. Rafael Becerra M.Sc. @becerrarafael
Referencias
González Rey, F. (2006). Investigación Cualitativa y Subjetividad. Guatemala: Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala.
Híjar, A. y Chávez, P. (2010). Diccionario filosófico. México DF: Grupo Noriega Editores.
Kasparov, G. (2007). Cómo la vida imita al ajedrez. Barcelona: Debate
Morse, J. (2003). Asuntos críticos en los métodos de investigación cualitativa. Antioquia: Editorial Universidad de Antioquia. (Trabajo original publicado en 1994)
Paz Sandín, E. (2003). Investigación cualitativa en investigación. Fundamentos y tradiciones. Madrid: McGraw-Hill/Interamericana de España, S.A.U.
Rusque, A. (2010). De la Diversidad a la Unidad en la Investigación Cualitativa. Caracas: Vadell Hnos. Editores, C.A.
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